Cuando escribí “Cenicienta organizando el baile”, os conté la historia de Sabela Cenicienta. La que se pasaba el día haciendo las cosas de casa, los recados, pendiente de su madre, y preocupada por todos menos por ella.
Al final, dejaba abierta la posibilidad de que igual me estaba confundiendo de cuento, y que en realidad, tal vez fuese Mulán. Una guerrera que se ofrecía para ir a la guerra en nombre de sus seres queridos y defender a su pueblo.
La verdad es que llevo toda la vida creando personajes, eligiendo un papel que interpretar, buscando un modelo en el que encajar. Una profesión con la que definirme. Intentado demostrar mi valía a través de cuántas cosas sé hacer, cuántas consigo hacer, cómo de bien las hago o para quién.
Y por primera vez, desde hace mucho tiempo, me siento bien siendo simplemente, Sabela. Así que, esta publicación va de eso, de quién soy, y no de lo que hago, o de lo que me gustaría ser.
El miedo a desnudarse
Me costó bastante decidirme a escribir y publicar mi día a día, explicar cómo las circunstancias de mi vida privada y familiar me estaban pasando factura. Y estuve dudando hasta el último momento, si era una buena idea o no.
Intentaba analizar cómo me podía repercutir o afectar que otros viesen una versión de mí en la que no soy todopoderosa, en la que no me va todo genial, y en la que me muestro vulnerable.
Pensaba que de cara a encontrar trabajo o a que alguien quisiese trabajar conmigo, podía cerrarme puertas y perder oportunidades. Pues daba por sentado que siempre se busca a alguien con confianza y seguridad en sí mismo, y que se encuentre a tope de energía y ánimos.
Tampoco quería dar una imagen lastimera o buscar compasión, o de que estaba quejándome por cosas insignificantes comparado con otras más graves por las que pudiese estar pasando cualquiera que me leyese.
Pero era algo que necesitaba hacer. Desnudarme, quitarme los disfraces, y mostrar aquello que no soy capaz de contar en persona. Dejar de sentir que nadie me conoce realmente, porque tampoco les permito que lo hagan.
La sorpresa fue descubrir el impacto que supuso en muchas personas que lo leyeron. Gente con circunstancias distintas, pero que en cierto modo, se veían reflejados en mi realidad.
Gente cercana, amigos, pero también otra con la que no tenía demasiada confianza o que ni siquiera conocía, pero que quisieron hacerme llegar sus historias, y un “no estás sola”.
Personas dándome ánimos y recordándome mi valía. Todas esas cualidades que veían en mí y que yo creía que era una carencia o defecto en vez de una virtud. Porque justo lo que yo pensaba que podía perjudicarme, resultó que era lo que hacía que muchos me quisiesen en su equipo, y en sus vidas.
Cuando compartes algo, deja de ser tuyo. Se expande, llega a otros, se transforma, y vuelve a ti por canales insospechados y renovado.
Supongo que da miedo no poder tener el control de qué va a pasar, de hasta dónde o a quién va a llegar. Pero os aseguro que merece la pena dejar de guardar cosas sólo para ti, y permitir que otros las conozcan y disfruten de ellas.
Ahora hay personas que saben cosas de mi vida que antes mantenía ocultas o que maquillaba para que luciesen mejor. E inevitablemente me siento como si estuviese desnuda ante ellas, como si fuese a la batalla sin escudo, o como si hubiese dejado abierta la puerta de la muralla.
Vulnerable, como si por saber cosas personales e íntimas sobre mí, les diese una posición de ventaja, de superioridad, un mayor poder para jugar sus cartas, y así ganar la partida.
Pero tan sólo es una sensación porque en seguida ves que no se acercan a ti en ese plan, que nadie te mira por encima del hombro, sino más bien lo contrario, que ahora te comprenden mejor. Por eso, sólo es cuestión de ir poca o poco acostumbrándose hasta que esos pensamientos desaparezcan y deje de sentirme incómoda.
Porque la libertad que supone la desnudez es algo que perdemos de niños, o que relegamos a nuestro hogar, a nuestra intimidad, como si fuese algo malo. Pero yo acabo de descubrir que merece la pena, y que me sienta muy bien. Llegar a cualquier sitio, con la cabeza muy alta, sin nada que esconder, y orgullosa de lo que soy, sabiendo que simplemente tengo que ser Sabela.
No soy lo que hago
No soy mi profesión. No soy mis skills. Conocimientos, habilidades y motivaciones. Soy simplemente una persona que vive la vida guiada por lo que siente y piensa.
Soy una persona alegre, que sólo se permite estar triste cuando nadie la ve. Soy sociable, aunque también disfruto de mis momentos de soledad. Y cuando paso mucho tiempo socializando me quedo como sin energía, y necesito escapar.
Trato a los demás como me gustaría que me tratasen a mí. Intento ser amable, educada y paciente. Aunque tengo mis momentos de ser una arpía egoísta. Por suerte, son bastante pocos.
Una esponja que absorbe las vivencias, experiencias y sentimientos de los demás. Por eso, siempre intento rodearme de gente con la que enriquecer mi vida y recargar pilas gracias a su energía positiva.
Empática y sensible, aprendí a levantar un campo de fuerza que impidiese que ciertas emociones me afectasen. Capaz de atravesarlo, pero no de hacerme mal. Igual que un diamante, dura y frágil a la vez. Desde pequeña, siempre intento que me vean fuerte, como si nada me hiciese daño, escondiendo el dolor para protegerme y que el enemigo no detecte que puede herirme.
Me gusta ayudar. Me ofrezco para solucionar problemas, de manera inconsciente y natural, sin buscar nada a cambio. No por quedar bien, o por obligación. Simplemente, porque me hace sentir bien. Soy feliz, haciendo felices a otros.
Incapaz de mirar hacia otro lado cuando veo algo que considero que se podría mejorar. No descanso hasta encontrar una solución a algo que me preocupa. Me gusta hacer las cosas bien, ponerles interés y cariño, pararme en los pequeños detalles, y hacer todo lo posible para alcanzar su mejor versión.
Mi cabeza no para. Lo que es bueno cuando necesito creatividad, ser resolutiva o ingeniosa. Pero que también me ahoga en numerosas discusiones y debates conmigo misma.
Me agoto imaginando numerosos escenarios de realidades alternativas, barajando diferentes posibilidades, y soñando con cosas que nunca llegan a pasar. Menos mal. que con los años, fui recabando pequeños trucos para apagarla cuando necesito descansar o desconectar.
De viaje por este mundo
Para mí la vida es un largo viaje en el que en ocasiones transito sola, y en otras, comparto etapa con más personas. Gente que puede acompañarme sólo durante cierto tiempo, algunos que pierdo de vista y que vuelvo a encontrar en otra ocasión. Y unos pocos, que siempre están ahí, aunque a veces se me olvide por estar más pendiente del camino que de quién me acompaña.
Un camino que no es recto, y que tienen muchas bifurcaciones. En el que muchas veces llego a un cruce en el que no sé qué dirección quiero tomar, o hacia qué destino me quiero dirigir.
Otras, me pierdo o me desoriento. Tengo que volver sobre mis pasos. Preguntar a otros que ya han recorrido ese camino. Recalcular la ruta. Pero no importa, estos momentos me sirven para reflexionar sobre mi destino y si realmente es allí a dónde quiero llegar.
Y otras, simplemente, decido desviarme. Tomar el camino más largo, salirme de la ruta establecida, y dejarme sorprender con lo que me encuentre. Disfrutar de cada paso, de cada momento, de la situación.
En ocasiones, hay tramos más difíciles que otros, que te desgastan física o emocionalmente. En los que no te ves capaz de avanzar, subir montañas, cruzar abismos, ver la meta, dificultades que ponen a prueba tu resistencia. Y en tu mano está tomarlo como un reto o decidir salir de ahí.
Porque por mucho que haya caminos ya marcados, por mucho que hayas establecido tú mismo una ruta y un destino, siempre tendremos la libertad para abrir nuevos caminos, buscar nuevas rutas, o simplemente, pararnos a descansar.
Una nueva etapa
Hace unos meses me encontraba acomodada en un lugar en el que tenía lo indispensable y necesario para sobrevivir, pero algo dentro de mí, me pedía continuar camino, avanzar.
Para mí, iniciar un nuevo viaje supone decidir un destino. Analizar y determinar la mejor ruta, qué quiero hacer y ver, qué cosas me van a hacer falta, cómo cubrir carencias del camino, quién quiero que me acompañe. Conseguir víveres, dinero para gastos, prepararme física y/o mentalmente, hacer la maleta…
Abandonar lo que ya conozco por un mundo abierto a múltiples posibilidades. Así que, si no estoy segura, convencida, con las pilas cargadas y los ánimos necesarios, voy postergando la partida.
Por diferentes circunstancias que han cambiado en pocas semanas, creo que ha llegado el momento de ponerme en marcha.
En la historia de Cenicienta había un príncipe que tras descubrirla probándole un zapato de cristal, le brindaba la oportunidad de cambiar de vida. Nunca he esperado ni he necesitado que nadie viniese a salvarme o a rescatarme. Y sin embargo, en vez de un príncipe, llegó a mi vida un Rey. Alguien que no esperaba, y que rompió mis esquemas y cambió la perspectiva desde la que contemplar muchas cosas.
En un momento en el que vivía empeñada en fijarme sólo en las sombras que se proyectaban en la pared de una cueva, sus vivencias y experiencias fueron como una inspiración. Un catalizador que me hizo espabilar, reaccionar y dirigir mi mirada hacia la salida de esa caverna en la que llevaba tiempo escondida.
Recordar que tras esa luz cegadora me esperaba un mundo lleno de posibilidades y aventuras. Un mundo desconocido y que me resultaba en cierto modo aterrador, pero que gracias a sus reflexiones, consejos y apoyo, volví a creer en mis habilidades para sobrevivir ahí fuera, y a tener ganas de querer arriesgarme.
Por eso, abandoné en la cueva mis miedos y dudas, y me decidí a emprender nuevamente camino.
Como la vida es eso que pasa mientras tu haces planes. Mientras yo ponía a andar mis planes para poner en marcha un nuevo proyecto de emprendimiento, alguien se me acercó y me habló de una aventura, una expedición a lugares desconocidos y por descubrir. Así que, dejé de lado mis propios planes y me decidí a embarcarme en el proyecto de otros.
De ese modo, he empezado a trabajar en una empresa que cree tanto en mis ideas locas como en mi creatividad e ingenio para ayudarles a resolver marrones e inventar el futuro. No en mis conocimientos, ni en las herramientas que sé utilizar, sino, en mí.
He encontrado a gente con la que coincido en gustos, formas de ver las cosas y de trabajar. Dios los hace, y ellos se juntan. Y todo aquello que pensaba que me restaba puntos, con ellos es super valorado y apreciado.
No es un camino por el que ya haya transitado. Ni siquiera uno que conozca. Pero lo afronto con energía e ilusión. Y sobre todo, con ganas de dejarme llevar y disfrutarlo sin importarme a dónde me lleve o cuánto dure, y simplemente acumular nuevos conocimientos y experiencias.
Y por otro lado, he decidido asumir el liderazgo de la WordCamp de Pontevedra. De compañía llevo un montón de amistades que creen que puedo guiarlos hacia el destino que queremos alcanzar. Y aunque este viaje ya lo he realizado en otras ocasiones, como me dijo una compañera, ahora es la oportunidad de hacerlo a mi modo.
Empiezo el año con nuevos destinos, lo que no quiere decir que no pueda desviarme, compartir trayecto con otros, hacer paradas por el camino. Mi único propósito es dejarme sorprender por el viaje, y disfrutarlo sin miedo a los imprevistos o adversidades. Porque siento, que pase lo que pase, soy una persona que sabe adaptarse, luchar y seguir avanzado. Y sobre todo, que ha aprendido a pedir ayuda.
En la mochila, tan sólo llevo lo que necesito para afrontar cualquier reto, imprevisto o problema que se presente, verdad, pasión y tenacidad. Y como buena peregrina, os deseo a todos: ¡Buen camino!